Las aves no tienen Tinder, pero tampoco les hace falta porque sus primeras impresiones sobre un pretendiente no se basan en el sentido de la vista, sino en el del olfato.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Veterinaria de Viena ha llegado a esta conclusión. Son las primeras evidencias científicas que demuestran que las aves dejan que su nariz les guíe en la selección.
En su estudio han analizado las sustancias químicas de las glándulas situadas en la base de la cola de las gaviotas tridáctilas. Después, han relacionado estos compuestos con la presencia de ciertos genes que juegan un papel importante en el sistema inmune.
Descubrieron así que los individuos que olían igual (los componentes de sus glándulas eran similares) también compartían estos rasgos en su ADN. Al contrario de lo que pudiera pensarse, las aves no prefieren los perfumes más agradables: buscan un olor distinto al suyo para descartar a sus posibles parientes, ya que no quieren reproducirse con familiares.
Al igual que en las aves, a nosotros nos influye la fragancia natural de nuestra cita. Los químicos presentes en el sudor humano están también relacionados con genes importantes para el sistema inmune e incluso con la receptividad de un individuo. Si quedas con alguien que nunca has visto (ni olido) en persona puede que le acabes rechazando inconscientemente.